La Paz: un anhelo colectivo, un desafío para pocos

Hace algunos años, durante mi formación en la Escuela de Oficiales del Ejército, aprendí una frase que siempre tengo presente cuando se habla de negociaciones de paz. La pronunció nada más y nada menos que Winston Churchill: "Quien se humilla para evitar la guerra, se queda con la humillación y con la guerra". En aquel entonces, era demasiado joven para comprender a profundidad la compleja realidad social de nuestro país, pero esta enseñanza me brindó una base para entender los intereses de quienes, a través de la violencia armada, solo buscan satisfacer sus ambiciones personales, ya sea por ansias de poder o por el afán de enriquecerse ilícitamente.
Con el tiempo y la experiencia adquirida al recorrer la Colombia rural y conflictiva, fui entendiendo las necesidades de las comunidades y constaté que la guerra solo deja destrucción y sufrimiento. Aunque nuestra misión era defender a nuestros compatriotas, en muchas ocasiones vi reflejado en las personas el anhelo de un país más justo y equitativo para todos.
Muchos años después, celebramos un proceso de paz que, indiscutiblemente, ha reducido la intensidad del conflicto. Este proceso permitió reconocer los errores cometidos por ambas partes, brindó a miles de personas la oportunidad de dar descanso a sus seres queridos y acceder a algún tipo de reparación por las atrocidades sufridas. A pesar de los numerosos errores que se han cometido en su implementación, nos devolvió la esperanza de soñar con una Colombia en paz.
Ahora, cuando encendemos el televisor, pareciera que hemos retrocedido. Vemos cómo el conflicto vuelve a escalar, cómo se brindan oportunidades a los violentos y estos las rechazan con más actos de agresión. Nuestra primera reacción es exigir una mayor presión militar en estas zonas para recuperar la estabilidad.
Sin embargo, hay un aspecto poco conocido sobre las guerras irregulares, como la que enfrenta Colombia: si no se solucionan los problemas de fondo en los ámbitos sociales y si la institucionalidad no logra integrarse de manera efectiva con el apoyo popular en estas regiones, será muy difícil lograr una verdadera reducción de la violencia. Por el contrario, el resentimiento acumulado, el deseo de venganza y la disputa por territorios y cultivos ilícitos, podrían transformar estos focos de violencia localizada en acciones que se expandan a otras regiones, e incluso deriven en nuevos atentados en nuestras ciudades principales.
Estoy completamente de acuerdo en que la presión militar debe ser fuerte, contundente y con resultados claros, evitando la pérdida innecesaria de vidas y la prolongación del conflicto. Sin embargo, si esta estrategia no va acompañada de un programa social efectivo, con infraestructura rural y productiva que brinde oportunidades a los habitantes, así como mejoras en la educación y la calidad de vida en las zonas afectadas por la violencia, seguiremos atrapados en un ciclo que ha marcado nuestra historia durante los últimos 100 años: periodos breves de paz interrumpidos por largos episodios de violencia.
Si no rompemos este patrón, estaremos condenados a repetirlo una y otra vez. Y ese anhelo de paz que compartimos todos los colombianos seguirá siendo solo un sueño colectivo, porque la responsabilidad de alcanzarla, que recae en unos pocos, se reduce con demasiada frecuencia a un discurso superficial que no aborda el problema de raíz o, peor aún, a una promesa vacía utilizada como estrategia electoral.
Omar Julián Valdés Navarro
- Administrador de empresas
- Profesional en ciencias militares
- Especialista en gestión del talento humano
- Especialista en derecho administrativo
- Magister en administración de empresas