La calumnia, un instrumento político
Napoleón solía decir que: “el mal de la calumnia es semejante a la mancha de aceite: siempre deja huella”; a eso, se dedicaron muchos candidatos al Congreso de la República en la contienda electoral que finalizó el pasado domingo.
Volvieron la difamación en instrumento político para perjudicar a sus contrincantes, dañar su imagen y desprestigiarlos ante la opinión pública. Pareciera, que es el común denominador de todo irresponsable que se mete al ejercicio de la política, mostrando así, lo mas bajo de un oficio que por esa clase de conductas, cada vez está mas desacreditado.
Aquí vimos a varios, que por su incapacidad de afrontar el debate con argumentos e ideas, se redujeron a incurrir en las mismas prácticas politiqueras de siempre. Pusieron vallas con frases mentirosas; inundaron con noticias falsas las redes sociales y difundieron cuentos que solo producen las mentes que no tienen nada mas que ofrecer, solo para poder tener tribuna y eco al verse pasar por inadvertidos. En todo caso, la calumnia solo tiene cabida para quienes la utilizan como un recurso rastrero y bajo, pues confían en esa trillada frase de Bacon: “calumniad, calumniad, que de ella algo queda”.
Lo cierto es, que los “adalides de la verdad” que representaban diversos partidos políticos y que sometieron su nombre a consideración de los Tolimenses y los Colombianos, no obtuvieron votaciones significativas, no contaron con el respaldo de los ciudadanos, perdieron las elecciones y de allí surge su desespero.
Ya es hora, ademas de ser justo, que quienes aspiren a cualquier cargo de elección popular la hagan motivados por una real vocación de servicio; que conozcan como funciona el aparato estatal para así tener la claridad de que se puede hacer y que no; que den por sentado, que el éxito electoral no se consigue hablando sino haciendo, teniendo cercanía con la gente para conocer sus necesidad y pensar en resolverlas, pero sobre todo, trabajando con amor y cariño.
No convirtamos en algo normal hablar mal de los demás, sin razón o fundamento alguno, porque la calumnia se convirtió en un arma política que muchos, sin medir consecuencias, se atreven a disparar